TILOS



TILOS de M.M.
Me costó mucho salir del dolor y el miedo que nos dejó el proceso militar y mi karma familiar de sensibilidad, dolor, locura y resistencia.

Hace poco tuve un momento regresivo en el cual me recordé en mi casa donde pasé los años de primaria y secundaria. Dicho sea de paso, era una hermosa cuadra, en realidad eran 3 hermosas cuadras que bañaban de aromaterapia mi vida. El domicilio era Fray Luis Beltrán 327 en la actualmente Ciudad Autónoma de Buenos Aires (por aquellos momentos era la Capital Federal). Desde la avenida Avellaneda hasta las vías de Yerbal, los tilos me armonizaban, olía al mundo con otros ojos.
Retomando lo que les estaba contando… tomé conciencia de la diferencia que existía entre el afuera de la puerta y el adentro. Creo que en casa no entraba cualquiera. Y cuando venían visitas la dinámica era muy diferente y cuando digo muy, digo, muy muy diferente. Recuerdo olores, música e iluminación. Todo un escenario montado para la llegada de los visitantes. El aroma predominante era la lavanda. Unos cuantos gatillazos y el spray nos transportaba a otro país. Andaríamos por los 80´. Hermosas lámparas, con hermosas pantallas que transmitían una calidez lumínica que te hacía sentir en casa. Música de fondo: el casette de All Jarreau que le gustaba a mí madre junto con alguna Bossa Nova, tal vez recordando esos años de juventud en los que vivió en Brasil. De mi padre se filtraba algún Neil Diamond, alguna Barbra Streisand. Música amena, funcional, llevadera, prolija, en inglés o en portugués. Para las visitas: la lengua castellana NO.
Todo eran sonrisas, mi padre con su voz de locutor, con esa voz que inspira autoridad… desplegaba una sonrisa de comisura a comisura y ahí se clavaba. Todo estaba bien, para las visitas éramos felicidad, orden, paz y alegría. Pero yo no recuerdo eso el resto de los días…
El resto de los días yo recuerdo a mi padre tocando la guitarra criolla, a mi hermana y a mí acompañándolo con el toc toc y el triángulo. Recuerdo la unión de voces cantando el cancionero que mi padre escondía en el baúl gigante de cuero. Una tapa que no era abierta por nosotras. Y hablando de tapa…recuerdo los colores de la del cancionero…rayas azules y blancas, un triángulo rojo y una estrella blanca. Me parecían lindos colores. Poco sabía o conocía yo en ese momento sobre Silvio Rodríguez y Pablo Milanés pero creo haber cantando mi Unicornio… Solo te pido, La Vida no vale nada, Años hasta compreHenderlas.
No había sonrisas cuando los visitantes dejaban la casa. Había tristeza profunda, había introspección, reflexión, había sentimiento de profundo malestar y desolación. Se sostenía una esperanza o más vale diría una añoranza, una sensación de lucha y resistencia.
Cada libro era entregado para su lectura como un tesoro preciado y oculto.
Vivíamos en un gran ocultismo. Como el estante superior del placard de mi padre donde guardaba su pistola de aire comprimido, con el cual solía los fines de semana disparar latas en la terraza y donde también cada tanto tomaba el revólver  y lo limpiaba cuidadosamente haciendo inclusive brillar como soles las balas doradas que eran apiladas verticalmente en una cajita, para ser usadas en caso de ser necesario, si algún ladrón entraba a la casa. Bah eso era lo que mi padre manifestaba.
La sensibilidad dentro maximizada. Detrás del interior de la puerta donde mi padre había pintado su palomita de la paz.
Allí habitaban los dolores del mundo, también los intentos de irse de este plano terrestre, la necesidad de huír, protegerse, escapar. La libertad del pensamiento encerrada.
Aún no logro comprender a mi padre, ni su abandono. Creo que me abandonó a mí y a mi hermana de la misma manera en la que se abandonó a sí mismo. También creo que como éramos tan similares, nunca podría haber resuelto el complejo edípico si se quedaba. Por lo tanto hoy veo todo con otros ojos.
Luego llegaron los cassettes de Mercedes Sosa, Serú Giran y Sui Generis.
En casa el arte era venerado, pero claro, yo vivía en esa realidad. Lo puse en un estandarte tan alto que me alejé de mi propia esencia.
Y sí… en casa todo era bastante diferente a lo que se veía en el afuera.

Me recuerdo sentada en la ventana de mi habitación donde entraban unas macetitas y ahí me hacía un lugarcito para ver y oler los tilos mientras le rezaba a Dios y le imploraba a mi mejor amigo Jesús que me salvara de mi deseo de arrojarme hacia estos árboles frondosos y vivos que levantaban con su fuerza de raíz todo el cemento de la calle.
02/10/2014

y esta semana me encontré con esto... ¿Cuáles son tus 8 razones para quedarte acá?

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